LA CONSAGRACION

LA CONSAGRACION

INTRODUCCION

En estos tiempos, en la vida de todo creyente genuino del Señor, surge en su mente y corazón la pregunta de ¿qué es consagración?, debido a que el Señor continuamente por su palabra nos llama a la misma; utilizando los ministerios establecidos por él.  Las respuestas más generales que suelen decirse dentro del pueblo del Señor son: apartarse para Dios, amar al Señor de tal forma que no se peca,  estar  muy  activo en  la  obra  del  Señor y  automáticamente se  es  un consagrado, asistir a todos los cultos, tener poder de Dios.

También se nos amonesta con la frase conságrate al Señor, pero el problema es que no se tiene totalmente claro lo que verdaderamente significa la consagración a un Dios santo, todo poderoso y grande en misericordia. La consagración es muy importante, porque es la parte que a nosotros nos corresponde realizar y el Señor santifica; pues sin santidad nadie le verá (He. 12:14).  De parte del Señor hemos sido llamados a la santificación (1 Ts. 4:7), la cual opera en nosotros por el poder que  llevamos adentro, que  es  nuestro guía y consolador, nuestro compañero Espíritu Santo (Ef. 3:16).

I. ES UNA OBRA DE DIOS

Cabe resaltar que no será nuestro mucho hacer, sino lo que el Señor labre o haga en nosotros.   Esto es para el alma, puesto que nuestro espíritu ya está unido al de Cristo. No son nuestras muchas obras, porque vemos claramente que toda buena obra ha sido previamente preparada por el Señor (Ef. 2:10).  Es el Señor el que obra en nosotros para que hagamos lo bueno con aptitud (He.

13:21), puesto que él es el que pone en nosotros el querer como el hacer (Fil.

2:13).  El es quien nos ha llamado y quien lo hará.

II. NUESTRA PARTE

Ante el llamado del Señor y sabiendo que todas sus promesas en él son si, nuestra responsabilidad es la de obedecer (2 Co. 1:20).  Cuando por medio de su palabra nos dice: por medio de, denota un caminar y la consagración tendrá como fruto final el caminar en el espíritu.  Es en el obedecer y en lo que hay que hacer para obedecer, en donde está lo que nos impide vivir la consagración que Dios demanda de nosotros.  El no es un Dios injusto, que nos pida algo que no podamos dar, porque para ello nos ha dado a Jesucristo y con él

juntamente todas las cosas, incluyendo la restauración de nuestra alma. Por ello es vital que nuestros pies estén firmes en la roca, que es Cristo, y que sepamos sus promesas, sabiendo que él es poderoso para sostenernos y guardarnos sin caída. Se hace necesario un cambio de actitud hacia las cosas que nos estorban, debiendo entender que él es Señor de todo y que nada escapa a su control.

Todas las circunstancias, los dilemas en nuestra alma y nuestras caídas; únicamente sirven para mostrarnos la necesidad que tenemos de su auxilio. Una persona consagrada es aquella que sabe que si el Señor no le ayuda, no logrará agradarlo; pero que está dispuesta a seguir a Cristo.  Esto es tomar la cruz cada día y seguirle por sobre todas las cosas.  Inclusive cuando somos tentados, el Señor nos muestra allí que hay debilidad y nos dará la salida; pero está en nuestra decisión obedecer o no a la voz de Dios.

III. CONOCIMIENTO DE CRISTO

Para amar a Cristo, es preciso creer lo que dice (1 Jn. 4:19).  Esto garantiza que podemos amar, porque todo el que ama conoce a Dios (1 Jn. 4:7).  Es preciso conocerle para poder amarle.  Solo conociendo a alguien se le puede amar. De manera que para obedecer a Cristo por amor, hay que conocerlo; tomando mucha importancia la intimidad que cada uno pueda tener con el Señor.  Por eso la consagración más que un conocimiento o logos, es una vida o rhema.

A. HACERLO POR AMOR

1. Renovando nuestra mente

Es permitir que el Señor cambie nuestros pensamientos por los de él (Ef. 4:22-23; Ro. 12:2).  Es amar su palabra y apresurarnos a ponerla por obra.

2. Cambiando de actitud

Convertirnos al Señor en todas las áreas de nuestra vida, por medio del cambio de actitudes y de hábitos (Fil. 2:5-7, Ro. 8:12-13).

3. Creyendo que el Señor tiene un propósito para nosotros

Sabiendo que todos sus pensamientos son de bien para nosotros y que aún siendo llevados al desierto, lo hará para hablar a nuestro corazón

(Os. 2:14).   Aunque seamos metidos en la red, él nos bendecirá (Sal.

66:8-12).

Nuestro Señor Jesucristo es el mejor ejemplo de un varón totalmente consagrado: sabiendo que después de la cruz llevaría muchos hijos a la gloria, la padeció.  También podemos verlo como el ejemplo máximo de obediencia y su actitud delante del Padre en el Getzemaní, cuando dijo que no se hiciera lo que él quisiera sino que la voluntad del Padre (Mr.

14:32-42).

4. Aceptando la voluntad del Señor sobre la nuestra

El mismo dijo que la carne es débil, aunque el espíritu está dispuesto. Por ello nos dice que su poder se perfecciona en nuestra debilidad, porque es necesario entender y conocer lo que nos espera en Cristo, que es la esperanza en gloria.

5. Ofreciéndonos al Señor

El es un Dios que se oculta y sólo lo encuentran los que lo buscan.  Por eso   es   necesario   subir   al   monte   del   Señor   para   ofrecernos voluntariamente (Ro. 12:1).   Debemos hacerlo conscientes, porque el Señor hará lo que se ha determinado hacer, porque todas las almas son de él (Ez. 18:4).  Ahora preguntémonos ¿en qué manos estaremos mejor, en las del Señor o en las nuestras?.  Es mejor presentarnos ante él tal y como somos, porque Dios no puede ser burlado y él nos cambiará. El Señor no tiene ni quiere títeres, sino hombres que conscientemente se acerquen a él, para hacerlo Señor de sus vidas. Esto es aceptar el señorío de Cristo.

6. Considerándonos y viviendo como peregrinos

Esto conlleva saber que nuestra vida es como la hierba, que florece en la mañana y en la tarde ya no es.   Entender que nuestra vida en esta tierra es  como un  soplo  (1  P.  1:24),  lo  que  nos  ayudará a  estar  siempre expectantes de lo nuevo que  el  Señor hará en nosotros, porque ha prometido que todas las cosas serán hechas nuevas (2 Co. 5:17), provocando en nosotros que los días que nos restan en la tierra los vivamos para el Señor.  Esto es anhelar volver a nuestro Dios, de donde hemos venido (Fil. 3:20).

7. No confiándonos ni apoyándonos en nuestra propia prudencia

No debemos ser como Sansón, que confió más en lo que Dios le había dado, que en aquel que lo llena todo.  El Señor le habla a la iglesia de Efeso, recriminándole que ha dejado su primer amor (Ap. 2:4).   Sin Cristo no podemos permanecer (Jn. 15:5).

CONCLUSIONES

1. Traigamos todas nuestras cargas, dudas, temores, hogar, trabajo y servicio a la presencia de Cristo, pidiéndole que se haga su voluntad en nuestra vida y estando dispuestos a que el Señor obre en nosotros.

2. Hay que rogarle que nos haga entendidos y que nuestros ojos lo vean

3. Subamos al monte, como Abraham, llevando en una mano la antorcha, tipo del Espíritu Santo, y en la otra el cuchillo o espada, tipo de la palabra.

4. Solo subiendo al altar hallaremos reposo para nuestras almas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *